La obra de teatro y posteriormente la película mostraron al público de manera cómica una muestra de la clasificación de los tipos de Trastorno Obsesivo-Compulsivo catalogados en el DSM. Hace ya más de dos décadas también otra película visibilizó el trastorno: “Mejor… imposible”, tal como ha sucedido con series como “The Big Bang Theory” y, actualmente, “Atípico”, en estas últimas, dando visibilidad al Espectro Autista. Disfrutamos de ellas, aunque la persona que lo vive no lo hace mucho con sus manifestaciones, que le producen un malestar significativo.
TOC, TOC. TOC, …
El TOC, para sintetizarlo, podríamos caracterizarlo en dos rasgos fundamentales que son las obsesiones y las compulsiones. No necesariamente deben aparecer juntas, como se verá más adelante. Se especificarán estos dos conceptos al igual que se dará una clasificación de las diferentes variedades dentro del mismo y se hará mención de otros relacionados.
Como su propio nombre indica, el Trastorno obsesivo-compulsivo se compone principalmente de obsesiones y compulsiones. Una breve definición de cada una hará que se comprenda mejor su composición.
Las obsesiones
Éstas son imágenes, pensamientos, ideas o impulsos persistentes y recurrentes que se sienten en algún momento como intrusivas o invasoras. Se viven con malestar y su contenido suele ser o considerarse desagradable o inapropiado, ya sea porque el contenido es obsceno, violento o moralmente inaceptable a la vez que irracional. De esta manera, la persona pretende resistirse o neutralizarlas, como sucederá también con las compulsiones, y estos intentos suelen fracasar con lo que se consigue una frustración que se apodera de estas personas llegando a pensar que deshacerse de las obsesiones difícilmente llegará o, directamente, será imposible. Con todo esto, no todas las personas que desarrollan un TOC se resisten con la misma fuerza. A pesar de estas características, tales pensamientos se reconocen como propios aun teniendo en cuenta que se les considera contrarios o extraños a su esquema cognitivo de pensamiento, siendo egodistónicos. Estas obsesiones no se sienten venir de fuera como sí sucede en una esquizofrenia u otro trastorno psicótico con delirios, aunque haya una especificación delirante dentro de los criterios de conciencia de enfermedad. En niños, dependiendo de su desarrollo cognitivo podrían llegar a reconocer o no que éstas son irracionales y exageradas. Cuando se tiene menor edad pueden no reconocer que sean irracionales.
Las compulsiones
Éstas son conductas manifiestas o actos mentales, cubiertos o encubiertos, repetitivos con una intención clara que se producen como respuesta a una obsesión y regidas por unas reglas que se han de seguir de manera estricta. No hay una utilidad ni placer en la realización de la conducta, comportamental o mental, únicamente se realiza con la finalidad de prevenir una catástrofe, daño inminente, o reducir el malestar que se siente. Estas compulsiones no están relacionadas con el peligro que se intenta evitar, al menos de manera realista y objetiva, y tales comportamientos son claramente excesivos. Están motivadas por una necesidad de urgencia que tras la realización disminuye el malestar de manera temporal.
Teniendo clara la definición de las obsesiones y de las compulsiones se aprecia que ambas están relacionadas entre sí. El psicólogo debe estudiar las mismas para posteriormente llevar a cabo el análisis funcional de cara a la intervención. La relación es como sigue:
Primero entran en juego las obsesiones, esos pensamientos, impulsos negativos e imágenes repetitivas que generan en la persona malestar, angustia, ansiedad en forma de vergüenza, miedos, aversión. Después de este paso nos vamos al siguiente; las compulsiones, llevando a cabo esos comportamientos o pensamientos, también repetitivos, con la finalidad de producir alivio, que únicamente disminuye de manera temporal.
Generalmente, este es el esquema de funcionamiento del TOC, aunque no siempre se manifiesta de esta forma. Pueden llegar a darse obsesiones sin compulsiones o también darse lo contrario, compulsiones sin las precedentes obsesiones.
¿Quién es?
En base a estos dos rasgos característicos y a una serie de parámetros específicos obtenemos la tipología que se compone de siete tipos diferentes. Realizada por el grupo de Foa y Wilson hace unas tres décadas que a día de hoy sigue vigente.
Los parámetros anteriores son los siguientes:
La presencia de obsesiones que provienen de estímulos externos.
Obsesiones o ideas intrusivas que surgen de la propia persona de manera automática.
Que sobrevenga una catástrofe o consecuencia desastrosa si no se realiza un ritual, la compulsión.
Que el ritual que se ejecuta para reducir la ansiedad sea manifiesto o encubierto.
Los tipos, que no tienen por qué darse puros ya que una misma persona puede tener varios dándose a la vez, que se forman a partir de las diferentes combinaciones son los siguientes:
1. Limpieza
En este tipo el pensamiento intrusivo de “estar contaminado” viene provocado por el miedo a la suciedad o los gérmenes que puedan tener los objetos que se tocan habitualmente en el día a día. La finalidad es eliminar la contaminación que ha provocado el contacto con los mismos y puede recaer sobre las mismas personas o los objetos “sucios”. En algunas ocasiones menos frecuentes se realiza para prevenir consecuencias desastrosas, ya sea una enfermedad e incluso la muerte. Hay casos en los que no se pretende evitar ningún desastre y lo que sucede, únicamente, es que la propia suciedad provoca ansiedad, debido a un malestar en la vida de la persona, y activa la necesidad de limpiar.
2. Comprobación
Este tipo viene del temor a provocar un daño por haber hecho o no algo mal que habitualmente está asociado a obsesiones en forma de dudas. De esta manera se realizan múltiples inspecciones con el fin de evitar ciertas catástrofes. Estas “dudas obsesivas” provienen de situaciones externas como haberse dejado el gas abierto, las llaves, las ventanas, la luz, etcétera, desencadenando los rituales para inspeccionar, verificar o reasegurarse. Entre estos se incluye el preguntar a otras personas.
3. Repetición
Este tipo de repetición es manifiesto que lo diferencia del tipo de rituales mentales. La repetición se realiza para prevenir una catástrofe. La compulsión la ejecutan de manera rígida cuando les viene un pensamiento negativo que les inquieta por el miedo a que dicho pensamiento se convierta en realidad y les suceda a ellos mismos o a otras personas. A diferencia de los anteriores que verificaban un hecho, estos no hallan conexión lógica entre el ritual que realizan y la obsesión que les asalta.
4. Orden
En este caso, estas personas se sienten muy incómodas cuando algo no está “correctamente” colocado, el “desorden” les produce malestar, ya sea la cama «mal hecha» o sin hacer, libros en estanterías sin seguir una línea, lapiceros unos con la punta hacia abajo y otros hacia arriba, etcétera. Las cosas deben tener un orden estricto y rígido y los rituales se dirigen a recolocar lo que está “mal colocado” para reducir la ansiedad porque de no ser así, su incomodidad aumenta progresivamente. Similar a lo que sucede en una modalidad particular de limpieza.
5. Acumulación
También conocidos como coleccionistas, las personas que destacan en esta variedad sienten un gran impulso por acumular objetos que en su mayoría son considerados por los demás como innecesarios y sin valor (se excluyen las cosas que tienen valor sentimental). Se les hace muy difícil deshacerse de ellos. Temen que les sean de utilidad en algún momento y se resisten a tirarlos por esa hipotética necesidad.
En este tipo la motivación para acudir al psicólogo con la finalidad de resolver su problema es escasa. No sienten malestar por el hecho en sí, en cambio sí sienten ansiedad cuando se les fuerza a deshacerse de tales objetos. El malestar lo sufren las familias por las consecuencias de la conducta de acumulación.
6. Rituales mentales
Este tipo es muy parecido al anteriormente mencionado de repetición. La diferencia radica en que las compulsiones no son manifiestas sino mentales, quedando así los rituales encubiertos.
El impulso a realizar tales rutinas mentales sirve un fin que es controlar el malestar y la ansiedad que sienten ante sus obsesiones como remordimientos por no haber hecho algo bien, o pensamientos que considere moralmente cuestionables como desear mal a otra persona. Así, pueden contar, rezar, repasar una lista o cualquier otro ritual que se crea que realizándolo se prevendrán futuros y catastróficos males.
7. Obsesiones puras
Pensamientos negativos emergen de su mente. Van de acontecimientos cotidianos a preocupaciones alarmantes. Temas relacionados con la salud, el fracaso, la vergüenza hasta con la violencia. Todos pensamientos que producen ansiedad por las dudas que generan, la culpa, remordimientos o temores futuros.
Es todo muy similar a los anteriores, aunque en este tipo el desgaste mental es mayor al no tener un ritual habitual y concreto para neutralizar los pensamientos que produce un malestar tal que el sufrimiento que sienten parece ser mayor.
Lentitud compulsiva
Esta modalidad fuera de la categorización anterior fue descrita por Rachman. Podría decirse que es una variedad obsesiva la cual se caracteriza por una lentitud extrema en la realización de actividades y tareas. Se invierte gran cantidad de tiempo debido a la ejecución tan meticulosa con la que se hace todo. Es raro que aparezca esta variedad aislada. Suelen aparecer otras obsesiones y compulsiones y no se han observado rituales cuya finalidad sea reducir la ansiedad.
Rachman también acuñó el término de “polución mental” que es una sensación de “suciedad interior” que difícilmente se puede eliminar siendo muy resistente a los argumentos racionales. Los desencadenantes son similares a los producidos por la ansiedad por limpieza y esta característica está muy relacionada con un sentido de responsabilidad excesiva al igual que con ideas violentas, blasfemas o sexuales que resultan intolerables.
Según estudios, la frecuencia de aparición de rituales compulsivos con obsesiones, de mayor a menor, es el siguiente: Primero los de limpieza, seguido de los de repetición, después los de comprobación, por debajo de éstos los de orden y por último los de acumulación. Es labor del psicólogo discriminar entre unas manifestaciones y otras para focalizar la intervención en una determinada dirección. También de otras variedades que están estrechamente relacionadas con el trastorno obsesivo-compulsivo como son el trastorno dismórfico corporal, el trastorno por acumulación, el trastorno por arranque de pelo o Tricotilomanía y el trastorno de arranque de piel o excoriación. Además, hay una alta comorbilidad, es decir, que suelen aparecer juntos, del TOC con trastornos de ansiedad, trastorno depresivo y bipolar, trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad, trastorno por tic, los anteriormente mencionados dismórfico corporal, tricotilomanía y excoriación, esquizofrenia o alteración esquizoafectiva, trastornos de la conducta alimentaria, anorexia y bulimia nerviosa, trastorno de la Tourette y trastornos caracterizados por la impulsividad como el trastorno oposicionista desafiante.
Como se ha visto hay casos en los que no se acude al psicólogo porque la propia persona no siente malestar, en cambio sí la familia. En otros casos como en población infantil quien decide acudir al psicólogo no es la persona afectada, aunque en ocasiones sí es el propio niño el que pide ayuda a sus padres. El malestar producido no es apreciable en tales producciones audiovisuales cuya finalidad es entretener al margen de la propia visibilidad de las diferentes patologías que exhiben.
Los mitos sobre las relaciones de pareja se basan en creencias y pasan por alto la realidad quedando anclados a la fantasía. El asunto que nos ocupa, el de los mitos de pareja, pueden, y de hecho lo hacen, deteriorar mucho la relación hasta el punto de llegar a destruirla. De este modo, el psicólogo que se encarga de los problemas de pareja en muchas ocasiones se enfrenta a la tarea de encontrar y desmontar estos mitos que tienen ambas partes de la pareja. De no modificarlos, las personas que mantienen estas creencias tenderán a repetir los conflictos hasta en nuevas relaciones.
Algunos de los mitos de pareja más recurrentes que se encuentran en la literatura científica sobre la terapia de pareja son los siguientes:
«Me llevo bien con mi pareja porque estoy enamorado… cuando desaparezca el amor aparecerán los conflictos»
Al comienzo de las relaciones de pareja todo es idílico, aunque eso no significa que no haya problemas ni conflictos. Porque los hay. Al principio del romance se pasan por alto una alta cantidad de comportamientos que por diferentes motivos no se advierte de ellos a la pareja o uno mismo, o una misma, los tolera por la fase de enamoramiento en la que se encuentra. Eso se va enquistando y se empieza a tolerar menos con la consecuente supuesta aparición de conflictos. Sin embargo, hay parejas que desde el primer momento tienen conflictos y presumiblemente hay amor. La estadística personal nos lleva a tomar los ejemplos que confirman nuestras hipótesis. Aun así, se deja la responsabilidad de los problemas de pareja en el agotamiento amoroso en lugar de en la falta de actividad comunicativa de los ya “no enamorados”.
«El amor es para siempre y no tiene límites»
Como podemos observar, el mito anterior se contradice con el actual. Si el amor es para siempre nunca debería desaparecer y, por tanto, no deberían de aparecer conflictos. Es sencillo encontrarse con este tipo de contradicciones al igual que sucede con los refranes. De manera aislada se pueden tomar como ciertos hasta que le enfrentas a su opuesto y pierde su veracidad universal. En este caso, como en otros, habrá que definir o delimitar lo que es el amor, lo que significa “siempre” y delimitar los límites (valga la redundancia).
«Las parejas felices no discuten nunca»
Antes de nada, como sucede en el mito anterior, tenemos que hacernos una pregunta: ¿Qué es una pareja feliz? Una vez que tengamos una respuesta deberemos fijar un criterio en base a ella que puede ser tan variado como parejas haya. Otra tarea, concretar y matizar lo que significa la afirmación: “No discutir nunca”. Parece presuponerse que las discusiones no existen. En ese caso, ¿esto realmente significa ser feliz? Según un criterio de realidad, ¿es cierto que no discuten nunca las parejas felices?
«Los conflictos irresolubles suelen arruinar a una pareja»
¿Qué es un conflicto irresoluble? ¿Educación de los hijos? ¿De qué color pintar la casa? Para llegar a acuerdos se requiere de comunicación y consenso. Saber hacer esto ayuda en la relación y en los problemas de pareja. Una característica de personalidad que denote rigidez (que se aclara en otro mito más abajo) en algún miembro de la pareja tendrá más probabilidad de convertir los conflictos en irresolubles. En ausencia de tal característica puede no resolverse y continuar con una sana relación de pareja.
«El amor lo puede todo ya que ningún obstáculo es de envergadura suficiente para interponerse a un verdadero amor»
Como se puede apreciar este mito es muy similar a otros vistos anteriormente, ya que la mayoría versan sobre el amor y la fantasía del mismo. Como si de una fuerza mágica se tratase, el amor lo hace todo y la pareja no tiene que hacer nada. Además, no se toman en cuenta los posibles hechos que puedan interponerse, aunque sea “un verdadero amor”. ¿Qué envergadura es suficiente? ¿Cómo es un verdadero amor? Otra vez sin un criterio que delimite las variables concluimos que si un obstáculo se interpone no es un verdadero amor…
«Si mi pareja no hace lo que a mí me gusta es porque no me quiere»
La esclavitud se abolió hace siglos, oficialmente. Metafóricamente se hace alusión al amor en estos términos, ahora bien, ¿puede haber más motivos por los cuales tu pareja no haga lo que te gusta? ¿A qué nos referimos? Los gustos son gustos y no tienen relación con el cariño. Habrá situaciones en las que se cederá y otras en las que no llegando a un consenso, sin que implique una falta de querer.
«Sin el amor de mi pareja no soy nada»
La persona que sostiene este mito puede llegar a arrastrar varios problemas comórbidos como la inseguridad y la dependencia psicológica. Por ello, siente que no es nada sin una persona que le ame. El psicólogo tendrá en cuenta los problemas de baja autoestima y de personalidad que presenten los miembros de la pareja. También puede suceder que este pensamiento se presente sin tener pareja y el deseo de “tener” una.
«Con el tiempo se arreglará todo… ya que al final terminaremos queriéndonos»
Lo primordial en esta creencia sobre los problemas de pareja es la alusión a otra creencia muy extendida que versa sobre la capacidad curativa que tiene el transcurso del tiempo en los problemas que podamos vivir o sufrir las personas y de cómo sin que tengamos que hacer nada para remediar el hecho en cuestión éste se solucionará llegando a la conclusión de que al final acabaremos por querernos. Nos encontramos en una situación en la que todo queda en manos de cualquiera menos de nosotros mismos. La clave es que se recurre a una distorsión cognitiva de pensamiento mágico y a un locus de control externo con atribuciones externas por las cuales la persona implicada no tiene que molestarse por nada porque la otra persona lo hará, en la que recae la responsabilidad del cambio, o en algo que no depende de nadie como es el tiempo. Y porque sí, será así.
«Yo soy así y no tengo por qué cambiar, es poco natural comportarse de otra manera… sale de dentro… no se aprende»
Este mito está incluido en los problemas de pareja, aunque puede suceder en cualquier tipo de relación y ambiente. La rigidez psicológica como característica de personalidad, mental o comportamental, provoca que ciertas personas no vean sus fallos o no muestren empatía y lleva a una situación en la que no quieren hacer un cambio para mejorar la misma con la persona implicada. Son los demás, la pareja en este caso, los que tienen que cambiar. Utilizan argumentos falaces como que es poco natural actuar de forma distinta a como ya se comportan. También que los comportamientos no se aprenden, salen del corazón. Estas personas pueden no saberlo o sí, (muchas lo saben, pero las características anteriores hacen que no quieran admitir su comportamiento, su fallo) que los comportamientos se aprenden. Y lo que sale de lo más profundo de nuestro ser llegó a salir porque se aprendió. Si bien es cierto que un mínimo de comportamientos puede haber sido “innato”, no es el caso en lo que respecta a este mito y situación.
El plato fuerte lo dejamos para el final. Haciendo memoria uno puede recordar haber oído esta frase en algún momento en su entorno o en la televisión. Sin más, el último mito de este artículo.
«Cuando tengamos hijos se resolverán nuestros problemas»
Es muy habitual oír esta creencia en la sociedad. Parejas con problemas creen que los mismos desaparecerán cuando tengan un hijo. Tal vez por otra creencia, que dicho acontecimiento les unirá más aún. Tener un hijo claro que une, pero eso no es un hecho mágico que borra todos los problemas anteriores y pone el contador a cero. Nada más lejos de la realidad. En una situación como la que nos ocupa, el hecho de tener un hijo puede llegar a tener peores consecuencias de las que ya se están viviendo. Suma y agrega más agentes, hace que la ecuación tenga más miembros. El tener un hijo (teniendo una hija sucede lo mismo) es una aventura llena de retos nuevos y riesgos. La comunicación es importantísima aquí, como en prácticamente todas las situaciones. Si anteriormente no resolvíais vuestros problemas, la fantasía del cuento de hadas no hará que veáis que por lo que discutíais era una tontería. Además, surgirán nuevos problemas debido al nuevo retoño. Puntos de vista, comportamientos, crianza, educación, y una larga lista que sin comunicación y consenso acrecentará los problemas ya existentes.
Estos mitos son solo una muestra muy pequeña de la infinidad de ellos que rompen parejas en base a una creencia popular. Muchas de ellas se ven acusadas por distorsiones cognitivas individuales que en consulta el psicólogo, a través de la reestructuración cognitiva, tiene que modificar para obtener un pensamiento más acorde con la realidad y, poder así, revertir los problemas de pareja.
Autoestima, causa y consecuencia de gran parte de los problemas psicológicos que podemos tener las personas. En unas ocasiones irá primero en el tiempo y en otras vendrá después.
¿Alguna vez no te has atrevido a hacer algo por miedo? Y, en otra ocasión, ¿no te has atrevido a hacerlo por miedo a no realizarlo del modo correcto? Muy seguramente la respuesta a las dos preguntas sea afirmativa. Obviamente no pasa nada siempre y cuando tengamos en mente la frecuencia y duración de los hechos.
La autoestima está muy influenciada tanto por el mundo exterior como por el mundo interior. Y también le sumamos la interacción si queremos. El mundo exterior se refiere a nuestro entorno, donde vivimos, con quien vivimos y nos relacionamos, con la televisión que consumimos, con la prensa que leemos, con lo que se “debe” y no se “debe” hacer, con lo que está “bien” y con lo que está “mal”, con las costumbres, con las costumbres incuestionables, con las “normas” sociales, con lo que se espera de nosotros y de nosotras (con lo políticamente correcto…). Y respecto al mundo interior, con lo que deseamos, con lo que deseamos hacer, con lo que creemos y no creemos, con lo que creemos que “debemos” hacer, con lo que esperamos que los demás esperan de nosotros, con las expectativas que nos hemos creado (parte por lo que nos han creado), con lo que querría conseguir (irreal), por cómo “debo” ser, por todo lo que “debo” conseguir, por cómo “debería” ser… Por todo esto y mucho más.
La autoestima comienza a formarse en nuestra cabeza, ya comenzamos a conceptualizarla, comienza a adquirir un significado y a relacionarla con nuestro día a día; sea en referencia a nosotros mismos o a personas cercanas que conocemos. Ya que hemos empezado a conceptualizarla vamos a hablar de concepto.
El autoconcepto, erróneamente utilizado como sinónimo de autoestima, es un “ente” relacionado con la misma. Es el cimiento, como unas vigas de acero, de madera, de paja, bloques de hormigón armado, bambú, erigiendo parte de nuestra personalidad y manifestando parte de nuestra conducta y comportamiento ante los demás. Entonces el autoconcepto sería la percepción interna, cómo me veo, en diferentes aspectos y hacer una simple operación. Una resta entre el autoconcepto ideal y el autoconcepto real (percibido), porque en ocasiones varias, tirando a muchas, están distorsionados tanto uno como otro, dará como resultado el valor de la autoestima, la autovaloración generalmente distorsionada por nosotros mismos.
El perfil de la autoestima
Cómo es el comportamiento de estas personas consigo mismas.
Las personas que tienen una autoestima baja suelen tener una característica que arrastra otras muchas más, ésta es la rigidez. Un pensamiento para nada flexible que carga de manera generalizada contra sí misma en muy diversos aspectos de su vida. Uno de esos aspectos es la crítica. Estas personas dañadas por diferentes flancos son muy sensibles a la crítica, cualquier comentario que venga del exterior hacia su persona o sus acciones es, y voy a utilizar un lenguaje dramático, desgarrador, una condena. De esta condena, lo más llamativo, tal vez, es que viene de dentro. Se muestran muy críticas consigo mismas pudiendo llegar a niveles dictatoriales. Como tal, se sucumbe a las creencias irracionales y destructivas. De ellas se desarrollan ideas de perfección llevando a la actuación una actitud perfeccionista (altamente relacionada con el TOC: trastorno obsesivo compulsivo) en prácticamente todas las facetas de su vida, aunque depende de cada persona. Ese afán perfeccionista que a veces pasa desapercibido por el propio individuo, le lleva a tener una autoexigencia excesiva consigo mismo. La clave en este punto es la palabra: excesiva (algo de autoexigencia, como de todo, está bien para la vida). Con todo esto, al no lograr su objetivo, ideal e irreal, aparecen sentimientos de tristeza y frustración, sin olvidar la omnipresente ansiedad.
Debido a esto nos movemos en espiral para retornar a la crítica hacia sí mismas. Las creencias perfeccionistas producen un temor excesivo, otra vez, a cometer errores, ya que, en base a las creencias, y de nuevo a un lenguaje dramático, es horroroso, es gravísimo. No podemos olvidarnos de la inseguridad en general que lleva a más temores infundados, como en particular, a la inseguridad a la hora de tomar decisiones. En casi cualquier tipo de decisión hay una sensación de malestar, es muy difícil acertar y tomar la decisión correcta. Un pequeño pero devastador daño colateral herencia de la actitud perfeccionista. La cantidad de variables a tener en cuenta en cualquier decisión hace imposible controlarlas todas y provoca que, ante esa falta de control, de esa incertidumbre natural, emerja la inseguridad por no hacerlo perfecto y no se llegue a decidir nada o la decisión quede en manos de otra persona. Para luego llegar a casa, revivir el hecho y cuestionarse lo que podría haber dicho y lo que no. En definitiva, que podría haberlo hecho mejor.
De este modo se relacionan el temor excesivo a cometer errores y la inseguridad en la toma de decisiones. En ocasiones, en algunos individuos se observa una característica que puede derivar de las anteriores debido a la inseguridad y a la falta de desarrollo de recursos para enfrentarse a los acontecimientos de su día a día. Recalcar que se observa en algunos individuos, pero no en todos. Esta es una actitud de perdedor. Un derrotismo que lleva intrínseco en cada acción a la que tiene que enfrentarse.
Como se ha ido mencionando a lo largo del texto, en las personas que tienen una baja autoestima no se observa el repertorio completo de las características ni con la misma intensidad. Hay en personas que son observables unas pocas y en otras que se aprecian casi todas. No decimos aquí que no se manifiesten internamente, que pueden. Solamente que no son observables por terceras personas en un ambiente natural. Una característica que suele tener quien desarrolla un déficit de autoestima, aunque puede que algunos individuos no la tengan o sea mínima la intensidad como para observarse: es un estado de ánimo triste o bajo (como se dijo anteriormente). Este puede sentirse y producir malestar encubierto, pero no ser perceptible por otras personas debido a esa limitada intensidad, ya que no nos estamos refiriendo a una depresión propiamente dicha.
Esta última característica interna hace que las personas con una baja autoestima tengan aún menos fuerza para avanzar, y ahí la labor del psicólogo se vuelve compleja. Ésta es el sentimiento de culpa patológico. Si ya antes había una exigencia exagerada, una rigidez férrea, se le suma un sentimiento de culpa que tiene una autoría para estas personas clara: Ellas mismas. A pesar de que cuando se depuran responsabilidades su porcentaje es mínimo para el hecho juzgado.
Cómo es el comportamiento con los demás.
Las personas que tienen una baja autoestima no solamente manifiestan en sí mismas las actitudes perjudiciales de este déficit, también implica a los demás. Las características propias que repercuten en la persona son mayoritariamente negativas, sin embargo, las que afectan a los demás no necesariamente lo son. Así, nos encontramos que las personas que tienen déficit de autoestima suelen comportarse con los demás de manera retraída a la par que muestran una baja sociabilidad. Al igual que se mencionó anteriormente, esto no necesariamente se observa en todas las personas con baja autoestima. Las hay que tienen competencias sociales de sobra y no muestran retraimiento en las interacciones sociales.
Una de las características que repercute negativamente en los demás es la actitud crítica y de exigencia que pueden manifestar. Esto es algo que suele afectar principalmente de manera interna, aunque los demás no están excluidos de su actitud exigente y crítica. Las siguientes tres características tienen algún componente en común o interrelacionado. Todos pretenden cubrir una necesidad, por lo general afectiva, de diferente forma. Una de ellas es la necesidad de llamar la atención. Llamando la atención, de la persona de la cual desea recibir el afecto, da cuenta de su presencia a dicha persona. Otra forma de satisfacer tal necesidad es haciendo de todo para agradar a los demás. Múltiples manifestaciones desde haciendo favores hasta omitiendo opiniones, sin dejar de mencionar comportamientos que pueden, y llegan, a las vejaciones. Acabamos con otra característica, la necesidad de aprobación. Entre el afecto y la inseguridad la búsqueda de aprobación en cada situación se hace esclavizadora de todas sus acciones y pensamientos. El temor a la pérdida, al abandono, la dependencia y demás inseguridades y miedos juegan un papel crucial en la baja autoestima que hacen manipulables a dichas personas.
Cómo es el análisis y la interpretación de la realidad en la baja autoestima.
El pensamiento, lo que permite razonar, está desconectado de la realidad, no al nivel de un trastorno psicótico sino al de un razonamiento lógico normal. Una pequeña muestra de las distorsiones cognitivas que pueden reconocerse en estas personas son las siguientes:
Focalizar en lo negativo.
Lo que sucede con esta distorsión cognitiva es que la persona en cuestión centra la atención en cualquier aspecto negativo de la situación que esté valorando.
Descalificación de experiencias positivas.
En este otro caso en lugar de focalizarse en lo negativo podría pensarse que se focaliza en lo positivo, pero no. Lo que caracteriza esta otra distorsión es que lo positivo lo desvaloriza y para nada cuenta. Explica parte del perfeccionismo que poseen estas personas.
Personalizar.
Esta distorsión cognitiva es culpable de la culpa que siente la persona con una baja autoestima. De todo lo desagradable que sucede a su alrededor, de todo lo que sale mal, se condena a sí misma y se culpa, aunque no tenga ninguna responsabilidad en el hecho en cuestión.
Pensamiento todo o nada.
También llamado pensamiento polarizado o dicotómico, es el que hace evaluar todo de una forma extrema, en opuestos. No se considera que haya una amplia variedad de posibilidades que son totalmente válidas entre esos dos opuestos o extremos. Blanco o negro. Bueno o malo. Correcto o incorrecto.
Generalizar.
Las personas con una baja autoestima, y otras muchas que no la tienen baja, utilizan la generalización en sus razonamientos. Con este tipo de pensamiento tienden a sacar conclusiones a partir de un hecho aislado, principalmente negativo, de forma totalmente absolutista. Esto provoca sentimientos negativos que se perpetúan.
Adivinación.
La interpretación de los acontecimientos viene sin datos que lo sustenten. En su mayoría son negativos y pueden venir de una adivinación del pensamiento de otra persona o del futuro que espera que suceda de manera negativa. De aquí viene la consideración de estar siendo evaluados constantemente por los demás.
Uso frecuente de “debería…”.
Es el modo de utilizar las perífrasis verbales del lenguaje en la totalidad de su vida. Las que se utilizan son las modales de obligación. De esta manera convierte en imperativa cada acción que se propone llevar a cabo. Estas son: “haber que + infinitivo”; “haber de + infinitivo”; “tener que + infinitivo”; y “deber + infinitivo”. En ocasiones puede llegar a emplearse la perífrasis modal de probabilidad como de obligación debido a un fallo gramatical: “deber de + infinitivo”. Así, deben actuar de una rígida, obligada, determinada forma para ser alguien.
Etiquetación.
Con mucha frecuencia se utiliza esta distorsión cognitiva. Adjetivos calificativos, en su totalidad negativos, que emplean para definirse a sí mismas. Autoverbalizaciones negativas que se graban en el cerebro, en nuestro ideario particular, reforzando millones de conexiones sinápticas, con lo que no hace falta otra persona para que les insulte.
Magnificación y/o minimización.
Con baja autoestima, estas personas muestran su mayor dureza con ellas mismas. Exageran sus fracasos o errores dándoles una gran importancia, que no le dan a sus éxitos o logros sino todo lo contrario, minimizan éstos últimos. Sucede lo opuesto en lo referente al resto de personas mostrándose más comprensivas con ellas.
Razonamiento emocional.
El razonamiento lógico es secundario en este caso. Con la autoestima dañada los sentimientos son la manera elegida para analizar la realidad. Según tenga emociones positivas o negativas, así será juzgada la situación como buena o mala al margen de lo racional.
Como se ha observado a lo largo de este texto, la autoestima lleva una serie de características típicas que la definen, como son el perfeccionismo, la inseguridad, los miedos, a la par que una serie de distorsiones cognitivas añadidas. En última instancia es labor del psicólogo, como profesional, quien debe valorar el grado de afectación de cada una de las características en cada persona. La tendencia al autodiagnóstico produce mayores problemas de los que se tienen. El agravamiento y la cronificación junto con la extensión a diferentes ámbitos de la vida son algunos de ellos. Acudir a consulta a tiempo para evitar que se compliquen los problemas es la mejor prevención.